“Un ciervo herido salta más alto”, Emily Dickinson (1830-1886 · Amherst, Massachusetts)

helen blikgrig

-Es una ricura de niño… ¡Que ojazos! Nuestro Führer estaría orgulloso de él si lo conociera…

-Sí que es guapo, sí- -respondió la madre del joven ario, frau Hoerszmalek.

La anciana Helen Blikgrig, hija del condecorado mariscal prusiano Henrich Himlermer barón von Blikgrig, esbozó una breve sonrisa y continuó:

-Y dicen que a esta edad todos los niños son guapos…  Lüge! (mentira). El otro día estuve en la mansión de los  Kraufpapen, primos de mi difunto padre y hermano él de mi también difunto primer marido el coronel Her Ribenfarf,  y el pequeño es una auténtica birria, piel morena, y cabello castaño en exceso. No seguía los cánones que exige nuestro Führer… En cambio este niño es precioso. Es delicioso.

Los padres, adulados, se regodeaban de orgullo de tener un niño rubio como aquel, sus ojos eran celestes y su piel rosada.

-Una delicia de niño –continuó – Buenos,  se hace tarde, les tendré que dejar…

En ese momento Helen Blikgrig, nieta Henrich Himlermer barón von Blikgrig, viuda de Her Ribenfarf, emparentada con los Kraufpapen saludó al matrimono, y se acercó al pequeño Reinhard Hoerszmalek; sacó la lengua y dio un largo lametazo en la mejilla del repeinado niño.

Separó su boca. Se relamió. Se secó los labios con aquel pañuelo comprado en la prestigiosa tienda berlinesa Bratswurth sita en la Wiennerstrsse y lo guardó en el bolso. Y continuó hablando:

-Lo que yo decía, delicioso.

Y se alejó apoyándose en el bastón heredado de un tío abuelo, el también militar, oficial de la Kriegsmarine Rudolf Himlermer.