“Un ciervo herido salta más alto”, Emily Dickinson (1830-1886 · Amherst, Massachusetts)

joseph poherhatz

Joseph Poherhatz acudía casa semana a ver a su nieto Irkim. De esta manera veía a su hijo Orlomk, pasaba con ellos la tarde, y disfrutaba del sabroso, intenso y aromático chocolate a la taza con menta que le preparaba su nuera Helda. 

Por culpa de un problema en el tranvía, Joseph llegó a casa de su hijo bien entradas las cinco de la tarde. Era una hora no muy propicia a visitas. Pero era su único abuelo y era siempre bienvenido.

Karlot, su abuelo materno había muerto hacía años en las trincheras teutonas durante la Gran Guerra, una lata de conserva en mal estado le provocó una fuerte gastritis de la que no se recuperó. Duró sólo una semana. Pocos días más tarde, las tropas alemanas se batieron en retirada abandonando decenas de esas fatídicas latas a merced de las tropas vencedoras que sucumbieron ante ellas. Y Karlot, fue elevado a la categoría de héroe de la patria.

Joseph se sentó en su sillón preferido, el que le cedía su hijo Orlomk siempre que los visitaba. Entregó a su hijo una bandeja de sus dulces preferidos, los käse hirmatg, deliciosos pasteles elaborados con queso ácido de cabra, almendras, pasas y licor de cerezas fermentadas. Su nuera los odiaba, no soportaba su fuerte aroma a licor, y él lo sabía. Lo único que logró fue que su suegro trajera las bandejas más grandes.

Puesto que cada semana se encontraban en su casa, los temas a hablar eran de lo más cotidiano, aunque no aburrido. Joseph gustaba hablar de sus batallas y de cómo masacraba –ante el rechazo de su nuera- a los prisioneros enemigos; hablaba también de su difunta esposa, frau  Poherhatz; y de política, pues criticaba con dureza la política liberal del partido en el poder.

Después de conversar y escandalizar a sus parientes, y habiendo ya degustado su chocolate, tomaba a su nieto de la mano y se lo sentaba en las rodillas para contarle nuevas historias, hacerle cosquillas y otras bromas.  Y así hasta que empezaba a oscurecer.

Empezó a nevar y Joseph se levantó, se puso su abrigo gris marengo, se encajó el viejo sombrero de astracán, besó a su nieto y con un ademán se despidió del resto de los presentes.

En la casa vecina, de la familia Poherhatz, Orlomk Poherhatz, hijo de Joseph Poherhatz, estuvieron esperando a su padre toda la tarde. Se había vuelto a equivocar de portal.