“Un ciervo herido salta más alto”, Emily Dickinson (1830-1886 · Amherst, Massachusetts)

Amor, romance, infidelidad, tren, vagon.

Petra Hystter von Hohenzollern

Breitenbach Bahnhof era uno de los principales nudos viarios de la región y se había convertido aquellos días en el centro de atención por la feria que alojaba aquella población. Gentes de todo el país se mezclaban con pasajeros y vecinos de aquella pequeña capital.

Era una joven que había viajado por medio mundo civilizado y aquel gentío no la inmutó. Todo lo contrario que a su asistente, el cual no había salido nunca de su tierra natal y en donde esperaba cerrar sus ojos de mirada tierna y azulada. Petra Hystter von Hohenzollern subió al vagón asistida por Helmut, anciano mayordomo de su padre, el insigne general Gottfried von Hystter Hohenzollern, emparentado con la dinastía Hohenzollern-Haigerloch.

El ahora viejo general Gottfried von Hystter Hohenzollern había sido uno de las manos redactoras del polémico Emser Depesche (el telegrama de Ems), enviado a Bismarck en 1870 acerca de la retirada de la candidatura del príncipe Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringe al trono real de España. Aquel telegrama sería considerado posteriormente como la provocación que iniciaría la cruenta guerra franco-prusiana. Retirado y con una buena fortuna disfrutaba de un buen retiro en su castillo Burg Hochtenwitz, desde el cual disfrutaba en su senectud organizando partidas de caza mayor.

El anciano Helmut Weissenburg moriría pocas semanas después de despedir a Petra Hystter  en la estación de tren. Sus últimos años de vida los había pasado asistiendo, o intentando asistir a la rebelde hija del general von Hystter Hohenzollern, después de que su madre Carola Edeltraud Hohenstaufen, cansada de las largas ausencias y las batallas con su infiel marido, se fugara con Willi von Räumen, un mediocre contratenor al que le costaba encontrar papeles en las ópera de aquella época.

Petra Hystter , miró el largo andén y todas aquellas gentes que por él unas corrían, otras deambulaban u otras se perdían.

Antes de subir un segundo peldaño del vagón fijó su mirada en la locomotora que encabezaba aquel séquito de vagones iba a llevarla hasta su amado.

Su amado ocupaba desde hacía semanas su mente, y quizás por ello no se detuvo a observar aquella obra de arte de la ingeniería ferroviaria, la locomotora 1423, fabricada en 1854 por Cail y equipada con una caja de fuegos Crampton y la distribución interior de Stephenson para poder arrastrar un tren de 450 Tm a 45 km., cifras nada despreciables en aquellos años.

Por ese motivo, al subir al tren, se dirigió directamente, acompañada por el personal del ferrocarril, hacia su cabina, en primera clase. Helmut había reservado toda la cabina, un departamento realizado en madera trabajada y con pequeños detalles que intentaban hacer de aquellos largos trayectos, viajes más llevaderos.

Petra Hystter  tenía en mente, y las conocía de memoria, cada unos de los párrafos, cada una de las palabras, de la última carta de su amado.

Su amado le escribía puntual y devotamente cada semana una carta en las que mostraba su amor eterno e incondicional. Y, a pesar de gustarle recibir aquellas misivas meticulosas y tiernas, Petra Hystter  desconfiaba de aquel trío de palabras: ¿Amor? ¿Eterno? ¿Incondicional?

¿Podía ser el amor eterno? ¿Podía ser el amor incondicional?, ¿O ya era de hecho, por el mero de hecho de ser amor, ya incondicional?, ¿Ponía condiciones el amor, cavilaba ella?, ¿Garantizaba la eternidad la incondicionalidad? Hasta hacía poco había estado confusa, pero con el paso de los días fue dilucidando que aquel amor profesado era real, era autentico… ¿Porqué no, otras personas habían encontrado el amor, porqué ella tenía que ser ajena a aquellos milagros de la vida?

Sin desearlo, como a menudo le sucedía, en aquella ocasión su cabeza se quedó en blanco y se dedicó a recordar qué la había llevado a tomar aquel tren.

Petra Hystterhab había conocido al joven viudo Gilbert Treuliebhaber, estando ella prometida con el rudo Torsten Joachim Peitz, en la fiesta de primavera que organizaba su madrina Ute Hartschuh- Schneeberger en el angosto castillo de Oelenberg.

Aquella había sido una relación tortuosa y que Petra Hystter  veía desesperadamente abocada a un matrimonio ya convenido.

Una serie de desencuentros, discusiones y malos tratos provocados por los cambios de carácter del rudo Torsten Joachim llevaron a la joven Petra Hystter  a tomar una seria decisión. Aunque ella era consciente de que tampoco se había portado de la forma correcta con él.

Fue su siempre fiel Helmut Weissenburg el encargado de instilar en la botella de vino que el prometido degustaba un veneno de serpiente para acabar con el sufrimiento de la joven. Después de varias copas, el veneno se encargó de destruir las membranas de las células y así poder penetrar más fácilmente por todo el organismo. La bungarotoxina impidió que la acetilcolina se uniera a su receptor, de forma que la comunicación de los nervios con los músculos del tosco Torsten Joachim quedó interrumpida. El resultado de esta combinación fatal fue una parálisis muscular con parada respiratoria y muerte que trajo la paz a Petra Hystter  y la satisfacción a su asistente Helmut. No obstante, ella sabía que siempre lo llevaría en el corazón, en aquel rincón de corazón al cual nadie sería capaz de acceder. Un rincón al que nadie podría nunca acceder, y en el que ella guardaba y guardaría siempre sus sentimientos auténticos, sus dudas, sus traumas, sus resentimientos y su forma frívola de ser.

Gilbert Treuliebhaber amaba con locura a Petra Hystter . Situación que no le dejaba de sorprender. La noche que se conocieron en el  WolfJagdhaus, lujoso pabellón de caza de la familia Peitz, quedó prendado de su caminar, su mirada, sus labios. Era aquella naturalidad y a la vez rebeldía por no seguir los cánones de la época como hacían otras jóvenes herederas presentes, lo que atrajo su atención.

Petra Hystter  caminaba con gran elegancia y delicadeza, y en esos detalles el meticuloso Gilbert Treuliebhaber se fijaba. Pues ella era inconscientemente natural, de belleza salvaje y apasionada. Aquella noche sólo tuvo ojos y conversación para ella.

A través de sus asistentes y mediante cartas lacradas unas y perfumadas otras iniciaron una sincera relación de amistad, la cual desembocó en otra relación más apasionada y tórrida.

Petra Hystter seguía cavilando en los motivos de aquel viaje en tren pensado en si aquella decisión tomada era la correcta.

Pero la vida le había enseñado que cuando de corazón se hablaba, no había decisiones buenas o malas, correctas o incorrectas. Había aprendido que toda decisión debía ser tomada de forma segura y entera. A priori no existían decisiones buenas o malas, pues el tiempo sería el encargado de confirmárselo con amarguras o alegrías.

En su último encuentro, las familias von Hystter Hohenzollern  y Treuliebhaber coincidieron durante una semana en el castillo de Höchstädt Burg invitados por sus anfitriones, el acaudalado terrateniente prusiano Wilhelm Carl Werner Otto Fritz Franz Wien, de Fischhausen.

En aquel encuentro, ante las dudas de ambos amantes, desconocedores de si era amor o atracción física, los jóvenes amantes decidieron darse unas semanas para pensar y aclarar sus sentimientos. A pesar de ello, ambos sabían que se profesaban amor eterno, aquel amor excepcional en el que el alma de una persona sensible era tocada por un sentimiento inconmensurable que lo acompañaría toda una vida, como reflejo de una disposición para amar que no se daba en otras almas vulgares.

Compartía aquellas líneas que en cierta ocasión había leído no recordaba de quién ni dónde, en las que le confirmaban que la naturalidad era lo que no se apartaba de la manera habitual de proceder, y esto abarcaba también al mundo del amor, puesto que apostaba por la sinceridad, y no sólo por no mentir a su amante, si no también no adornar no alterar en nada la línea pura de la verdad.

Había leído textos de pensadores alemanes, filósofos griegos, académicos austríacos. Pero todos y cada uno de ellos tenían sus teorías. ¿Cuál era la correcta? ¿Qué validez tenían los textos de un pensador alemán frente a los argumentos de un especialista italiano en amores y desamores? Cada uno escribiría desde su experiencia o falta de esta, desde sus gratos recuerdos, sus rutinarios hábitos, desde sus dolorosas memorias y desde lo más profundo de sus cuarteados corazones.

Después de varias semanas, cortas en el calendario pero infinitas en el corazón del apasionado Gilbert Treuliebhaber, la desconfiada Petra Hystter  había llegado a la conclusión, debía apostar ciegamente. Pues como bien le aconsejó el anciano y sabio Helmut, toda apuesta ciega es, y no deseaba él para su joven señorita la duda que la habría acompañado el resto de su vida, de no haber tomado aquella decisión.

Convinieron, después de varias cartas y unos telegramas, que ambos tomarían unas semanas de reflexión y que si la apuesta era por el amor ambos acudirían a la Konditorei Woelfl, situada en Kellerstrasse, la bávara München-Laim, aquel jueves 14 de mayo.

Petra Hystter  estaba nerviosa, sabía que había tomado una decisión, arriesgada. Pero ¿Qué importante decisión no era arriesgada a sus largos 32 años? Pero estaba ilusionada y radiante, había tomado una decisión y esperaba encontrar en la Konditorei Woelfl a su amado.

Conocía por su asistente Helmut, informado éste por la esposa de Wilhelm Carl Werner Otto Fritz Franz Wien,  que el joven Gilbert Treuliebhaber ya había llegado hacía una semana a München-Laim y se hospedaba en un hotel de la capital bávara.

Petra Hystter  estaba enamorada aún a su pesar, se había durante meses resistido, pero no podía negarlo: decía que lo amaba, y con locura. Deseaba ver a su deseado Gilbert Treuliebhaber. ¿Pero sería capaz de mantener la lealtad y corresponderle con la misma fidelidad que él le profesaba? se preguntaba ella. ¿Podría ella corresponderle con el mismo amor sincero de Gilbert? ¿Estaba preparada para amar de forma sincera y madura?

A lo largo de aquellas semanas lo había llegado a echar de menos a todas horas y contaba no ya los días si no los minutos que te faltaban para verle; recordaba aquella extraña y escasa sensación en el estómago que le provocaban una mirada, una caricia, un abrazo, un beso; se sorprendía a cada instante que cada comentario que escuchaba, cada perfume, cada olor que le llegaba pues todo le recordaba a él; no alcanzada a entender como podía sentirse la persona más feliz de la tierra pues no dejaba de sonreír o llorar sin ninguna razón aparente.

Faltaba cerca de una hora para llegar a la estación de tren Hauptbahnhof München-Laim y estaban llegando a la pequeña estación de tren de Neufahrn Bahnhof.

No era un encuentro. Era el encuentro. Era su decisión. Era su vida. Konditorei Woelfl, diez de mayo, las cuatro de la tarde. No era una hora. Era la hora. Era la decisión de su vida.

Gilbert Treuliebhaber le esperaría una hora, una, en la Konditorei Woelfl, tomando un clásico café bávaro para acompañar su postre preferido, el Kaiserschmarrn, elaborado con pedazos de una especie de crêpes dulces y gruesos, caramelizados, con uvas pasas, almendra molida, espolvoreado con azúcar glas y acompañado de compota de frutos rojos, su color favorito.

Petra Hystter  ya divisaba el monte Berg Oberbayern, cercano a München-Laim y lo dejaría en pocos minutos a su izquierda.

En ese momento, unos nudillos golperaron la puerta de su coche de primera clase, era Herman. Había esto atendiendo a los pasajeros de aquel vagón durante todo el trayecto, y era ya habitual avisar a cada pasajero cuando faltaban pocos minutos para llegar a su destino, soltando su grave voz la población a la que se dirigían.

La sangre se heló en las venas de Petra Hystter  y de sus manos cayó el libro en el que entreguardaba las cartas lacradas de Gilbert Treuliebhaber.

No podía divisar Berg Oberbayern.

Llegó la oscuridad, estaban atravesando el túnel ReichTunnel Berg Oberbayern, y tal como confirmó después el veterano Herman mientras recogía del suelo a Petra Hystter , se dirigían a Salzburg.

El anciano Helmut, despistado o senil, erró al comprar aquel pasaje que debían cambiar la vida de la joven y enamorada Petra Hystter  von Hystter Hohenzollern.

Mientras, en la Konditorei Woelfl, situada en Kellerstrasse,  Gilbert Treuliebhaber acabó de desmenuzar su Kaiserschmarrn con la cuchara de plata, tomó un último sorbo de café, secó una lágrima, recogió su capa, miró de nuevo la puerta por si entraba su estimada Petra Hystter  von Hystter Hohenzollern, se levantó, secó otra lágrima, alzó la cabeza de forma majestuosa y salió por la puerta y se perdió elegantemente entre el gentío de la Bismark Pratchstraße.